Odio mi cuerpo. A veces más, a veces menos, pero casi
siempre un poco.
Odio mi boca porque no es perfectamente simétrica. Odio mi
nariz porque es enorme y fea. Odio mi pelo, seco, encrespado y quebradizo, y
que nunca se queda como yo quiero que se quede.
Odio mis brazos, demasiado largos, demasiado gordos.
Odio mis piernas. Odio mis muslos, gordos, fofos, blandos,
feos. No me gusta la piel que las cubre, demasiado sensible y delicada, siempre
llena de heridas, arañazos, moratones y cicatrices. Odio mis pies porque son
enormes para el cuerpo que tengo.
Odio mi tripa.
Y odio, mucho más que todo lo demás, odio mis tetas. Son ridículas,
patéticas, pequeñas y feas.
Odio mi cuerpo. A veces más, a veces menos, pero casi
siempre un poco. Soy un pequeño matojo de inseguridades. Un montón de
inseguridades que sólo han conseguido hacerme perder cosas, hasta hacer que
casi me pierda a mí misma.
Y creo que ya está bien.